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domingo, 4 de noviembre de 2007

EUCARISTÍA


Una vez que, gracias a la Palabra, nos hemos situado en la Historia de la Salvación. Una vez que hemos escuchado la Voz de Dios que nos llama a la Santidad. Una vez que hemos asimilado el Mensaje de Jesús, es el momento de prepararnos en cuerpo y alma para recibirlo en su Venida. Y no hablo de la Parusía, que ciertamente hemos de esperar, pues vendrá "como ladrón en la noche". Hablo de que Cristo, Glorioso, va a bajar como tal "al altar en manos del sacerdote". (Adm 1). Y este Misterio lo vamos a vivir en la dimensión sacrificial que le es propia. Dicha dimensión tiene como puntos de referencia Víctima, Sacrificio y Aquel a quien se ofrecen para un fin determinado. Así pues, como Cristo dejó en manos de la Iglesia el Memorial de su Cena, de forma que cuando quisiéramos recordarle y tenerlo presente entre nosotros, hiciéramos lo mismo que Él hizo con el Pan y el Vino. ¡Glorioso Misterio es que quiera quedarse con nosotros bajo la forma de dos especies el que nos ha creado y redimido! Por tanto, al acabar la Liturgia de la Palabra y haber profesado que Creemos en la Fe que esta Palabra nos ha transmitido, el Sacerdote (in persona Christi) presenta al Padre el Pan y el Vino (en una oración que debe ser suya en intimidad con Dios, no compete al Pueblo), como Ofrendas que serán Cuerpo y Sangre. Es decir, le pide al Padre que acepte el Sacrificio que después se va a realizar. Pero para ello debe serle propicia la Víctima. Como esto ya se verifica, porque se trata de su Hijo, "en quien me complazco" (Mt 17, 5), le pedimos acepte las Ofrendas por las cuales se va a ofrecer su Hijo como tal Víctima.

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