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viernes, 16 de noviembre de 2007

LOS FRUTOS


"Hubo un hermano, en su porte exterior de vida devoto y santo, que de día y de noche parecía muy solícito en hacer oración. Guardaba de tal manera silencio continuo, que, cuando se confesaba con el sacerdote, se valía, a veces, de señas, no de palabras. Tan devoto y fervoroso parecía en el amor de Dios, que, sentado en ocasiones con los hermanos, con sólo oír buenas palabras -nunca hablaba-, se alegraba de forma extraordinaria interior y exteriormente; tanto que con esto movía muchas veces a devoción a los demás hermanos.
Habiendo llevado muchos años este tenor de vida, sucedió que viniera el bienaventurado Francisco al lugar donde él estaba. Cuando le informaron de la vida de este hermano, les dijo: «Tened, en verdad, por cierto que está asediado por tentación diabólica; la señal es que no se quiere confesar».
Llegóse allí el ministro general (cf. LP 116) a visitar al bienaventurado Francisco y empezó ante él a elogiar al mencionado hermano. Pero el bienaventurado Francisco atajó: «Créeme, hermano, que está llevado y engañado por el espíritu maligno».
El ministro general repuso: «No deja de ser raro y casi increíble que pueda suceder esto en un hombre que ostenta tantas señales y obras de santidad». Mas el bienaventurado Francisco continuó: «Pruébalo; dile que se confiese una o dos veces a la semana. Si no te obedeciere, ten por cierto que es verdad lo que he dicho».
El ministro general intimó al hermano: «Hermano, quiero absolutamente que te confieses dos veces a la semana, o una por lo menos». El taciturno se puso el dedo en la boca y, moviendo la cabeza y haciendo señas, manifestó que no lo haría de ninguna manera, por amor al silencio. El ministro, temiendo escandalizarlo, lo dejó.
Pocos días después salió de la Orden voluntariamente y regresó al siglo vestido de hábito seglar.
Y sucedió que dos de los compañeros del bienaventurado Francisco que iban de camino cierto día, tropezaron con él, que venía solo, como paupérrimo caminante. Con gran compasión le hablaron: «¡Infeliz! ¿Dónde ha quedado aquel tenor de vida tan devoto y santo? No querías conversar ni mostrarte a tus hermanos, y ahora andas errante por el mundo, como hombre que no conoce a Dios».
Él empezó a hablar, perjurando muchas veces por su fe, como suelen hacer los del mundo, y le dijeron: «¡Infeliz! ¿Por qué juras ahora por tu fe, como suelen hacer los del siglo, cuando antes evitabas no sólo las palabras ociosas, sino hasta las buenas?»
Y así, le dejaron. A los pocos días murió. Nosotros quedamos admirados al ver que se cumplía a la letra lo que había dicho el bienaventurado Francisco en el tiempo en que aquel desdichado era tenido como santo por los hermanos". (LP 102).

En este texto se cumplen las Palabras de Jesús "por sus frutos los conoceréis". Es una guía perfecta para nuestra vida espiritual. Si queremos calibrar hasta qué punto una experiencia que creemos y sentimos que es de Dios, o un acto es o no realmente de Caridad y guiado por Dios, debemos atenernos a cómo nos mostramos a los demás habitualmente, después de dicha experiencia, o de haber actuado de aquella forma que juzgamos justa. Si nuestro porte es obediente, alegre, fraterno, caritativo... seguramente es que nos hemos encontrado con Dios y lo estamos compartiendo. Si, por el contrario, seguimos mostrándonos y actuando como siempre, o más tristes, menos fraternos, menos caritativos... es que nos hemos engañado de alguna forma, y no podemos mostrar la alegría de haber estado con Dios, porque seguramente no habrá sido así. El hermano que cito más arriba creía ser más santo que los demás, o al menos, distinto, peculiar (es la tentación que Francisco llamaba "singularidad"). Separado de los demás, actuando como si estuviera provisto de dones especiales... no era obediente, acaba fuera de la Orden y vaga por el mundo como triste y errabundo. Analicemos cómo actuamos con los demás y con Dios, y podremos discernir si hemos estado con Él, aunque el Amante sabe cuándo ha estado con el Amado.

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