BUSCADOR CATÓLICO

lunes, 17 de diciembre de 2007

PROVIDENCIA


Ha nevado en Mallorca. Estos días, el frío es intenso. Pensaba en cómo vivirían Francisco y los Primeros Compañeros cuando nevaba y hacía tanto frío. Porque no llevaban más que una burda tela a modo de hábito y nada de calzado. Sin embargo, no se amilanaban. Y pensaba, ¿no sería que lo que tanto hablamos de confiar en Dios ellos lo vivían hasta el extremo? Al igual que las criaturas, que nada piden, porque todo se les da, así vivían ellos, en un estado paradisíaco de comunión existencial con la Creación y, por ende, con el Creador, con Dios. Si tenemos frío, en seguida buscamos abrigo, estufas... no estamos en sintonía con la Creación. Al contrario, es como si nos agrediera, como si el "todo tiempo" nos perjudicara. Y así es: el calor nos asfixia, el frío acaba con nosotros... y como no aguantamos, buscamos remedios, protecciones. Ellos, sin embargo, se abandonaban a la Misericordia y al Cuidado del Padre: "todos los cabellos de vuestra cabeza están contados" (Mt 10, 30). El frío no los atenazaba, el hambre no los echaba atrás, porque su existencia, su alma y su cuerpo, estaban en manos del Padre, pero de verdad, sin preocuparse, sin buscar otra cosa que la Voluntad de Dios. La preocupación material la habían confiado a Dios. Y, por ello, seguramente gozaban del calor del Abrazo del Padre, del frescor de su Bondad, de la saciedad de su Presencia.

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