BUSCADOR CATÓLICO

lunes, 3 de diciembre de 2007

TAN LEJOS Y TAN CERCA


" ¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?" (Ll 3). Con estas palabras vio rezar León a San Francisco en La Verna. Con ellas, el Poverello no expresaba sino lo que puede sentir, palpar y ver un alma del todo unida a Dios. Un alma que, ajena al espacio, al tiempo y a toda sensibilidad, ha arrobado incluso su corporeidad en la Infinitud, en el Eterno, en Dios. Nada más había en aquel momento para el Santo. Y expresaba lo que se ha llamado en alguna ocasión el "vértigo espiritual". Un alma que, al contemplar el abismo de la divinidad, no puede sino temblar, y a la vez percatarse de lo pecadora que es su condición.
"Cuando yo decía las palabras que tú escuchaste, mi alma era iluminada con dos luces: una me daba la noticia y el conocimiento del Creador, la otra me daba el conocimiento de mí mismo. Cuando yo decía: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?», me hallaba invadido por una luz de contemplación, en la cual yo veía el abismo de la infinita bondad, sabiduría y omnipotencia de Dios. Y cuando yo decía: «¿Quién soy yo», etc.?, la otra luz de contemplación me hacía ver el fondo deplorable de mi vileza y miseria". Así explica el Poverello su experiencia a León. Y es que, cuando rezamos y tratamos de adorar a Dios, no podemos sino percibir, con nuestra experiencia tan lejana, al menos en mi caso, de la de Francisco, que Dios es Eterno, Altísimo, Inalcanzable y que, sin embargo, permanece a nuestro lado, es más, en nuestro interior más íntimo, valga la expresión. Nada es comparable a esta experiencia de sentir vivo a Dios, más allá de lo que somos, y a la vez tan dentro. Sólo queda gozarlo, y, por ende, devolverle estos dones con nuestra Fidelidad.

No hay comentarios: