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miércoles, 12 de marzo de 2008

ABBÁ


Así llamaba Jesús al Padre en la Cruz y a lo largo de su vida, y así lo llama desde toda la Eternidad, en la Trinidad. La Relación es continua, constante, intensa, Eterna. Al encarnarse, es lógico pensar que esta relación no se cortó. Porque ello significaría dos cosas:

1. El Hijo es tal porque vive por el Padre. Si la relación se hubiera cortado, ya no sería tal, y es impensable.

2. Dios no puede morir, ni "frenarse", o "dejar de ser", aunque sea por un instante. El Padre, como tal, engendra. El Hijo, como tal, es engendrado. Y el Espíritu, proviene del Padre y del Hijo, como Amor de ambos.


Así, al Encarnarse, vivir como uno de nosotros y ser crucificado, no sólo se hizo Hombre el Hijo, sino que, de alguna manera, la Trinidad entró en relación con, desde y por el Hijo - HOMBRE. La Trinidad se "condicionó". Podemos hablar de una kenosis Trinitaria, no sólo del Hijo. Porque encarnarse es entrar en la Historia, en el Tiempo, en los condicionamientos físicos - psicológicos - espirituales del hombre. Pasa a ser contingente, y limitado, dependiente. Esto afecta a toda la Trinidad. El Padre sigue engendrando constantemente al Hijo, pero un Hijo Encarnado. Por tanto, la naturaleza humana es asumida en la Trinidad, en el Ser-Divino. De ahí que por esto y, sobre todo, por la Resurrección (como momento en que la Vida Divina estalla en el Hijo-Sarx) somos Hijos, y podemos llamar a Dios Padre, Abbá (lit. "papaíto"). Somos hijos adoptivos de Dios, porque el Hijo Único se hizo hermano nuestro, uno de nosotros, y además elevó la Naturaleza Humana a la Vida Divina, haciéndola partícipe de esa explosión Eterna de Vida.

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