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martes, 17 de febrero de 2009

Una nueva conciencia, un nuevo espíritu, una nueva pobreza.




Francisco de Asís será recordado siempre como el "Caballero de Dama Pobreza". En efecto, se enamoró de la más excelsa de las virtudes: la Pobreza de Nuestro Señor Jesucristo, que lejos de dejarlo desamparado, lo acompañó y vistió como Unción toda su vida, hasta la Cruz.


Hemos hablado muchas veces de en qué consistió la novedad de la espiritualidad franciscana, así como de la dimensión y el cómo se vivía esta virtud. Y es que si leemos Sacrum Commercium (obra probablemente compuesta por Juan de Parma, ministro general de 1247 a 1257, retirado luego al eremitorio de Greccio hasta su muerte, ocurrida en 1289. En ella, a modo de composición poética, se desgrana la espiritualidad de Francisco, y en particular en aquello que le enamoró de la Pobreza, puesto que en ella descubre la "puerta estrecha" que le conduce directamente a los brazos de Jesús.


El Hijo de Dios, nacido de Santa María Virgen, vivió siempre en Pobreza, desde la Noche de Belén hasta la hora nona del Calvario. Todas sus palabras, gestos y actos estuvieron marcados por el despojamiento por amor, ya fuera otorgando gracias (curaciones, conversiones...); dejándose alimentar por otras personas; orando al Padre como quien acude a su fuente de vida; acogiendo la Unción del Espíritu; dejándose la piel en sus caminatas y predicaciones por toda Judea, Samaría y tantas otras regiones; dándonos su propio Cuerpo y Sangre en el Sacrificio de la Cruz, como Acto Supremo, Definitivo y Engendrador de Amor, capaz de inaugurar un Nuevo Testamento (un nuevo Don para una Nueva Humanidad).


El Santo de Asís contemplaba, meditaba e interiorizaba la Vida de Jesús, y trataba de imitarla siempre, incluso en los detalles aparentemente más nimios. Y descubrió, gracias a ese Amor que profesaba a su Señor, que el Pobre alcanza el Reino, pero es que además lo vive ya, en prenda, en este mundo.


Por la Pobreza, Francisco supo buscar siempre la Voluntad de Dios sobre todo lo demás, por mucho que a veces también pecara y se equivocara. Pero, desde su conversión, emprendió clara e irreversiblemente un camino hacia el Cielo, para el cual se procuró el vestido más preciado para Dios y menospreciado por el hombre, que era - y es - a la vez el más ligero: la Pobreza, el corazón, la mente y todas las fuerzas dirigidas a Dios.

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