BUSCADOR CATÓLICO

lunes, 23 de marzo de 2009

El perdón no es acto, es actitud.

Dice Jesús en el Evangelio de hoy que se debe perdonar "setenta veces siete". Habitualmente se comenta que tal expresión significaba la plenitud, el perdón total, por ser diez veces la cifra que simboliza, en el NT, lo acabado, lo perfecto, en alusión a la Creación.

Pero también hay, desde mi punto de vista, otra forma de verlo, complementaria y expresión de la primera: el perdón no es sólo un acto más o menos difícil o más o menos heroico. Es una actitud o, mejor dicho, una forma de ser, una chispa que brota, desde el gran Fuego de Amor que es Dios, en el corazón del hombre, y prende.

Pero para dejarse prender, ese corazón tiene que estar dispuesto (condición indispensable y anterior a todo discurso sobre la Gracia). No es algo que se logre fácilmente, pues siempre pensamos, en el fondo, que se nos ha arrebatado algo con la ofensa, y que ésta ha golpeado eso que tanto se defiende en la sociedad actual: honor, dignidad, reputación... Incluso se pagan cifras millonarias para compensar "daños al honor", injurias, calumnias... como si miles de euros, todos juntitos, pudieran reparar el daño que se supone hace una ofensa o calumnia.

Cristo no edificó sobre naipes, y su Vida y la Enseñanza Vital que de Ella se desprende se edificó, ante todo, en el Amor al prójimo, y a partir de aquí, toda la ética y moral del Reino: el Ágape. Y sabía muy bien lo que decía: perdonar no es algo puntual, que se hace y se repite, como peinarse o comer. Es más bien la forma de ser del hombre que, pobre de espíritu, nada tiene que reprender o juzgar en los demás, y poca estima se tiene a si mismo, en lo que a honorabilidad y autoafirmación ególatra se refiere. Lo dice muy bien Fracisco en la Admonición 14:
1Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). 2Hay muchos que, perseverando en oraciones y oficios, hacen muchas abstinencias y mortificaciones corporales, 3pero, por una sola palabra que les parezca injuriosa para sus cuerpos o por alguna cosa que se les quite, escandalizados enseguida se perturban. 4Estos no son pobres de espíritu, porque quien es de verdad pobre de espíritu, se odia a sí mismo y ama a aquellos que lo golpean en la mejilla (cf. Mt 5,39).

Y en EP 46 leemos:
Nosotros que vivimos con él vimos con nuestros propios ojos lo que él mismo atestigua: que, cuando algunos hermanos no le atendían en sus necesidades o le dirigían alguna palabra de las que suelen turbar al hombre, en seguida se recogía en la oración y luego, de vuelta, no quería acordarse de ello. Y nunca decía: «Tal hermano no me ha atendido o tal hermano me ha dicho aquella palabra».

Y en esta disposición se mantuvo siempre. Y cuanto más se acercaba al fin de su vida, más cuidado ponía en considerar cómo podría vivir y morir en absoluta humildad y pobreza y en la perfección de toda virtud.

Así, el Poverello, predicaba y vivía el perdón, como expresión del Amor de Dios a los demás, y como signo del desprecio por uno mismo, sabiéndose pecador, indigno de la Gracia de Dios y, por ende, digno de toda reprensión. Tampoco juzgaba al hermano, sino que todo lo atribuía a Dios, quien providentemente le recordaba, a través de los hermanos, sus muchos pecados, como en Flor 8:
Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta.

Por tanto, quien es pobre de verdad, es riguroso consigo mismo e indulgente con los demás; no ve malas intenciones, sino que todo lo pone en manos de Dios, y piensa que tal hermano habrá actuado así por algún motivo; no se turba por un insulto, pues sabe que nada le pertenece, ni siquiera su propio cuerpo; no se irrita, porque no tiene nada que defender; no se defiende, porque no siente que le estén quitando nada, por grave que, objetivamente, sea la ofensa o la calumnia. Sabe que no tiene nada, que es de Dios y a Dios volverá (Jn 13, 1), que Dios Padre le cuida y de todo le provee.

El perdón es la expresión más natural del hombre que está unido a Jesús, y se sabe ya pecador como para juzgar a los demás. "La misericordia se ríe del juicio" (Sant 2, 13). Me pregunto si no hará falta que seamos hoy más signo en este mundo, en el que tantos "derechos" no son tal, sino más bien motivaciones orgullosas y ególatras para no perder posiciones o escalones en la vida política, económica o social. Mantener la propia posición, luchando contra todo lo demás, cueste lo que cueste, sólo para no ser desplazado de una situación, que pende del hilo del honor y la limpieza de imagen ante los demás. Se trata de aparentar, figurar, quedar bien, ser llamativo y atractivo, llamar la atención, ser el centro...

Fijaos en la humildad de Francisco:




Cómo San Francisco enseñó al hermano León en qué consiste la alegría perfecta.

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante, y le habló así:
-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.
Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:
-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.
Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:
-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.
Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:
-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.
Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:
-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.
Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:
-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.
Y San Francisco le respondió:
-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.
-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).

A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Sólo Dios


1 Regla 23, 8-9:


"Amemos todos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con toda la fuerza y fortaleza, con todo el entendimiento, con todas las fuerzas, con todo el esfuerzo, con todo el afecto, con todas las entrañas, con todos los deseos y voluntades al Señor Dios, que nos dio y nos da a todos nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida, que nos creó, nos redimió y por sola su misericordia nos salvará, que a nosotros, miserables y míseros, pútridos y hediondos, ingratos y malos, nos hizo y nos hace todo bien.
Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y de todos justos, de todos los bienaventurados que gozan juntos en los cielos. Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo aman a él, que es sin principio y sin fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable, bendito, laudable, glorioso, ensalzado sobremanera, sublime, excelso, suave, amable, deleitable y todo entero sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén".


Es éste, sin duda, uno de los objetivos de la Cuaresma: que Dios sea lo primero en nuestras vidas. ¿Qué estamos dispuestos a hacer para vivirla? Todos tenemos nuestra lista de preferencias, y si somos honestos con nosotros mismos sabremos a qué se inclina antes nuestra alma: si al mundo o a Dios. Que cada cual sepamos verlo y obrar en consecuencia.