BUSCADOR CATÓLICO

jueves, 12 de junio de 2008

LA VERDADERA ALEGRIA



Me propongo hoy hablaros de la alegría espiritual, la verdadera alegría. Hoy día, en el mundo prevalece este valor como algo psicológico, físico, folclórico, saludable... Pero lo que no dice el mundo es cuál es la verdadera alegría. Para mí, desde luego, consiste en la que Francisco supo vivir y transmitir, dando luego lugar a relatos como el de la "Perfecta Alegría" que todos conocemos (y si alguien no lo conoce, lo reproduzco más abajo). En efecto, "alegría espiritual" no es algo reductible al optimismo, al bienestar físico o psicológico, al encontrarse bien con uno mismo, al "hoy me siento Flex". No, la alegría espiritual nace, como su nombre indica, del Espíritu Santo, de Dios. Y por tanto, es un Don. O sea, nos es dado gratuitamente, no es mérito nuestro ni fruto de un esfuerzo personal y sólo personal. Es ese estado que refleja la Paz interior del alma que está llena de Dios, en comunión con Él, que podríamos decir que vive "siempre a su lado". Es el estado que permanece incluso a pesar de cruces, padecimientos, sufrimientos, incomodidades, contradicciones. Es fruto de un corazón puro que, siempre, y por encima de todo, puede elevarse a Dios y adorarle, de verdad, haciendo de Él el único y verdadero valor supremo de la vida. Este corazón siempre estará alegre porque siempre verá a Dios en todas las circunstancias, y sabrá darle gracias por todo, incluso por lo que humanamente sólo sabemos rebotarnos o entristecernos. Pero así es la vida espiritual: la que busca vivir justamente al contrario de ciertos valores que propone el mundo (el mundo según Juan, se entiende, como conjunto de personas, valores, acciones... contrarios a la Luz, que es Cristo Encarnado). Así, vemos a Francisco que, aunque tuvo momentos duros y muchos nubarrones, propios de la noche oscura de los santos, siempre estuvo alegre. Y si no podía mostrarse alegre, desaparecía de la vista de todos, para no dar mal ejemplo. Pues si la alegría edifica porque refleja a Dios, la tristeza da mal ejemplo, porque refleja que Dios no está allí. Que Dios nos ayude a todos a saberla vivir, yo el primero.
Florecillas, Capítulo VIII.
Cómo San Francisco enseñó al hermano León en qué consiste la alegría perfecta.

Iba una vez San Francisco con el hermano León de Perusa a Santa María de los Angeles en tiempo de invierno. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante, y le habló así:
-- ¡Oh hermano León!: aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grande ejemplo de santidad y de buena edificación, escribe y toma nota diligentemente que no está en eso la alegría perfecta.
Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco segunda vez:
-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que aún es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la alegría perfecta.
Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:
-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor llegara a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino aun los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no es ésa la alegría perfecta.
Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:
-- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!: aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la alegría perfecta.
Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó fuerte:
-- ¡Oh hermano León!: aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegase a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que ésa no es la alegría perfecta.
Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:
-- Padre, te pido, de parte de Dios, que me digas en que está la alegría perfecta.
Y San Francisco le respondió:
-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del lugar y llega malhumorado el portero y grita: «¿Quiénes sois vosotros?» Y nosotros le decimos: «Somos dos de vuestros hermanos». Y él dice: «¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!» Y no nos abre y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como a indeseables importunos, diciendo: «¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables; id al hospital, porque aquí no hay comida ni hospedaje para vosotros!» Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta. Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, gritando y suplicando entre llantos por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él más enfurecido dice: «¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido». Y sale fuera con un palo nudoso y nos coge por el capucho, y nos tira a tierra, y nos arrastra por la nieve, y nos apalea con todos los nudos de aquel palo; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta.
-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios; por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido de Él, ¿por qué te glorías como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro; por lo cual dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de Cristo (Gál 6,14).
A Él sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

No hay comentarios: