BUSCADOR CATÓLICO

lunes, 5 de mayo de 2008

ASCENDIÓ A LOS CIELOS


Ayer celebramos la Fiesta de la Ascensión. Celebramos la culminación de la presencia de Cristo Resucitado entre nosotros, con nosotros, revelándonos el Amor del Padre, que hizo estallar de vida el Sepulcro. El mismo Sepulcro que guardó el Cuerpo de Jesús, fue abierto por la irradiación infinita y abrasadora de Vida. El Padre, en la Cruz, había devuelto al Hijo la Vida, en eso consiste la Trinidad. Ahora bien, como en toda manifestación de Dios, faltaba el Signo que siempre cumplimenta y patentiza la presencia del Eterno entre nosotros (los Sacramentos). Y he aquí que el Signo, la Presencia visible de lo Invisible, fue dado "al tercer día". Y el Signo de la Ascensión, a los 40 días. Aquél significaba que en Dios no hay muerte, sólo vida. Éste, que Padre e Hijo comparten la misma sustancia, la misma naturaleza y que, por tanto, "yo y el Padre somos uno". Así se reveló en este momento único, sublime, en que el Signo Encarnatorio, Jesús Hombre, se revela definitivamente como Cristo Dios, Espíritu, y por ello, a la vez, se vela. No porque Dios vuelva a ser casi inaccesible y lejano como lo fue antaño, sino porque la Encarnación se ha llevado a cabo y ha sido culminada ya en la Historia. Desde este momento, Dios se dejará ver por el Espíritu, que habitará en el alma fiel, y dará a conocer la Trinidad al hombre que la sepa acoger.

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