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jueves, 29 de mayo de 2008

POBREZA FRANCISCANA, LA LIBERTAD EN DIOS




La Vida de San Francisco y también la Vida Franciscana se suelen presentar como llenas de colorido, sumergidas en una alegría total y que todo lo envuelve, en comunión plena con la naturaleza, con Dios, con los demás. Esta visión, que a veces puede rozar lo idílico sin tener presente la realidad de la vida de Francisco, que también sufrió lo suyo en el camino de Fidelidad a Dios, tiene sin embargo, como es lógico, su razón de ser. Y esta razón de ser está conformada por los aspectos de Francisco que lo convirtieron en un hombre nuevo, distinto. Y uno de esos aspectos es la Pobreza que vivió, que supo transmitir y que le llevó directamente al centro del corazón de Dios, hecho hombre en Jesucristo, Pobre y Crucificado.




Pero esta Pobreza hay que señalar que no es, ni mucho menos, una renuncia, o un resultado de privaciones y dimisiones en comodidades, caprichos o privilegios. Ni mucho menos. Se trata de una riqueza espiritual, un llenarlo todo de la Trascendencia de Dios. En efecto, Francisco llevaba hábito, nada más. No cabalgaba, salvo enfermedad. No pedía dinero como limosna, sólo comida. Trabajaba para mantenerse con lo imprescindible, siempre a cambio de sustento, no dinero ni nada por el estilo. Este privarse de lo no-necesario, del capricho, de ciertas comodidades... era reflejo de cómo vivía Francisco su dimensión de Hijo de Dios, Hermano de Cristo, Esposo del Espíritu: en total abandono y disponibilidad, hasta lo más profundo. Así, si tenía un pan y algo de agua para comer, no lo veía como limitación, o "mira qué poco tenemos", sino como aquello de lo que Dios le había provisto, como lo necesario, lo único que precisaba su cuerpo para subsistir. Y así con todo lo demás: libros, casas, privilegios... Sólo con una cosa mostraba más liberalidad material: los utensilios para la Misa, para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Con lo demás, subordinaba a Dios la posesión de cosas. Mucho habría que dedicar en tiempo y páginas para hablar de la Pobreza Franciscana y abarcarla en toda su extensión. Lo esencial, que hay que entender, es que el que se ve como dependiente de Dios, deja que sea Él quien le mantenga y le provea cada día y a cada momento de lo que necesita para vivir, puesto que como Buen Padre no abandonará a sus hijos.

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