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miércoles, 4 de febrero de 2009

Francisco amaba la Iglesia

Llevamos unos días en los que, para bien o para mal, el Vaticano es objeto de miradas, opiniones, debates, críticas y centro de noticias. Y es que eso de excomulgar a alguien el mundo lo ve como inquisidor, injusto y desproporcionado, a la vez que anacrónico. Y por una vez (una más) que el Vaticano levanta la excomunión, todo son problemas. Si excomulga, porque excomulga. Si hace lo contrario, porque se perdona a la persona equivocada.

En esta ocasión (me refiero al levantamiento de excomunión a los lefebvrianos) la chispa se ha encendido porque uno de los obispos reinsertados en la Iglesia negó el Holocausto judío (algo que nadie en suscabales haría). Y eso ha llevado a la ruptura unilateral de relaciones con el Vaticano por parte del Rabinato de Israel. ¿Qué le vamos a hacer? Ahora también cuentan las opiniones particulares de la gente, por mucho que luego se retracte, sea amonestado y pida perdón, como es el caso.

Y luego tenemos lo de la eutanasia que se va a practicar en Udine (Italia) a Eliana, esa joven que lleva 17 años en coma. Dicen que dejarla morir de hambre no es matarla, no es eutanasia. Entonces, ¿todo vale? Porque si dejo morir de hambre a alguien, me meten en prisión. Ahora bien, si está en coma, tetrapléjica o en estado vegetativo, todavía le hago un favor. Es como decir que por estar impedido (en el sentido genérico del término) ya no eres persona y, por tanto, matarte está muy, pero que muy bien. Es lo que tiene la independencia del Poder Judicial en nuestras democracias europeas, tan modernas ellas: es legítima, está muy bien y disipa toda sospecha de intervencionismo gubernamental, pero a veces no oye el clamor que le pide juicio recto, no tanto un juicio legal.

Sinceramente, la Iglesia, como Institución, comete errores, que claman muchas veces al cielo. Pero no se le puede reprochar que no luche por la vida, por los intereses del individuo en cuanto deseoso de respirar, sentir... en definitiva, estar Vivo. Nadie puede negar que la enfermedad es algo cruel, que desespera a la gente en ocasiones, y que es difícil juzgar y ponerse en pellejo ajeno. Pero no es eso lo que se pretende. Lo que se dice desde la Plaza de San Pedro es que la vida es legítima, inviolable desde sus cimientos, aunque no siempre sea "digna", término tan usado en su quinta acepción: "de calidad aceptable".

Francamente, mientras escribo pienso el Hermano Sol Hermana Luna, película que refleja muy bien la Iglesia de los s. XII-XIII, más preocupada por el poder terrenal y sus problemas que por el pastoreo de las almas. El Obispo Guido e Inocencio III son figuras de esta eclesialidad: mucho poder, volcados en lo material. Pero no deja de reflejar algo aparentemente contradictorio: sensibilidad espiritual y experiencia de Dios en ambos sujetos. Y ello constituye el gran Misterio de la Iglesia, ya muy manido: humana y divina a la vez; pecadora y santa a un mismo tiempo. Y Francisco la amaba así, tal cual era. Sabía de sus miserias, y le dolían, pero más le dolían las suyas propias. Y sabía a la vez que Jesucristo obraba y moraba en ella, la cuidaba, la guiaba, y que a por eso mismo, y a pesar de todo, el Papa no sólo le aprobó la Regla, sino que veló especialmente por la incipiente familia franciscana.

No podemos dejar de hacer lo mismo. Debemos, como Francisco, y con su misma motivación eucarística, amar mucho a Nuestra Madre la Iglesia, aun cuando tengamos razones para sentirnos "decepcionados" o "molestos" con ella. Porque lo esencial, más allá de Papas, Bulas, Vaticano, Homilías, Concilios, Reformas y Contrarreformas, excomuniones, cismas, ecumenismo, alegrías y penas, es que en ella se da, tiene lugar la Vida y el Amor de la Trinidad Económica, aquella que decía Rahner que es la misma que la Inmanente. Esa Trinidad por la que el Espíritu Consagra el Pan, el Vino y la Asamblea, encima de aquel altar, aquellos adornos, aquel cura y aquella parroquia que nos gustan y disgustan a la vez: tanta edificación, tanto adorno, este sacerdote que dice o hace esto... Sí, pero Cristo mismo baja del Cielo, en cada Misa, a pesar de todo. Gracias, Señor. Pace Bene.

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