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miércoles, 20 de mayo de 2009

Entender y vivir la Misa (II)

Antes que nada, decía, es imprescindible comprender la naturaleza de lo que celebramos, y cómo se ha ido entendiendo, expresando y concretado a lo largo de los siglos, desde Pentecostés hasta hoy. Así, ¿en qué perspectiva habría que situar lo que llamamos "Sacrificio Eucarístico"? ¿Por qué decimos que Jesús murió por nuestros pecados? ¿Cómo expresa la Eucaristía este Sacrificio?

El Levítico, (caps. 1-7) desarrolla la "Ley de los Sacrificios", según la cual Israel ofrecía al Señor diversos tipos de sacrificios, según la causa y la finalidad que los motivaran: holocausto, oblación, sacrificio de comunión, sacrificio por el pecado del Sumo Sacerdote, sacrificio por el pecado de toda la comunidad, o de un jefe de la comunidad, o de un hombre del pueblo, aparte de otros sacrificios debidos a causas más concretas y específicas.

Así, el sacrificio por el pecado de toda la comunidad, reza como sigue: Si la que obra inadvertidamente es toda la comunidad de Israel –que sin darse cuenta se hace culpable, cometiendo una falta contra alguna de las prohibiciones contenidas en los mandamientos del Señor– apenas se conozca el pecado cometido, la asamblea ofrecerá un novillo sin defecto en calidad de sacrificio por el pecado. Lo llevarán ante la Carpa del Encuentro, y los ancianos de la comunidad impondrán sus manos sobre la cabeza del novillo, delante del Señor. El novillo será inmolado en la presencia del Señor, y el sacerdote consagrado por la unción llevará la sangre a la Carpa del Encuentro. Luego mojará su dedo en la sangre y con ella hará siete aspersiones delante del Señor, frente al velo del Santuario. Después pondrá un poco de esa sangre sobre los cuernos del altar que está delante del Señor, en la Carpa del Encuentro, y derramará toda la sangre sobre la base del altar de los holocaustos, que está a la entrada de la Carpa. Luego extraerá toda la grasa del novillo y la hará arder sobre el altar, haciendo con él lo mismo que hizo con el novillo del sacrificio por el pecado. De esta manera, el sacerdote practicará el rito de expiación en favor de la comunidad, y esta será perdonada. Finalmente, llevará el novillo fuera del campamento y lo quemará como en el caso anterior: es un sacrificio por el pecado de la asamblea (Lev 4, 13-21). Vemos cómo el novillo es desangrado, despedazado y quemado.

En el caso del sacrificio por el pecado, se extrae del animal los riñones, el hígado y la grasa. Y vemos cómo en cada sacrificio se ofrecen, además de toda la sangre, partes diferentes del animal. Pues bien, si vemos cómo estos sacrificios servían para expiar pecados, individuales o colectivos, y que dichos sacrificios se matizaban según la colectividad o no de la falta cometida, no nos resultará difícil entender cómo el Padre, por Amor al hombre, ofrece a su propio Hijo en Sacrificio para librarnos del pecado. Y esto porque:
- Los sacrificios y expiaciones que el hombre ofrecía ya no bastaban: el pecado no quedaba borrado de Israel, la purificación no era total.
- El Sacrificio de Jesús, como hemos dicho, es total, completo, se dona hasta la última gota. Expía todos los pecados: individuales y colectivos, de una vez para siempre. El Hijo se da al Padre por nosotros, en un acto voluntario y plenamente Amoroso: "los amó hasta el extremo" (Jn 13).

La reflexión cristiana postpascual entendió esta dimensión sacrificial de Cristo a la Luz de la Cruz y la Resurrección, con total y clara vinculación a la Última Cena: "este es mi Cuerpo", "esta es mi sangre". Habían recibido un memorial, y empezaron a celebrarlo, conscientes de que al partir el pan, Jesús mismo se hacía presente.

En definitiva, Jesús se sitúa en la línea sacrificial de Israel, y se ofrece a si mismo como víctima por los pecados de todos, en una única entrega, que expia todos los pecados del hombre, para siempre. En nuestras manos y nuestra voluntad deja la elección de adherirnos a este perdón ya dado, del que el Sacramento de la Penitencia es actualización activa y efectiva, y recuerdo confortante. Es esto lo que celebramos en la Misa: damos gracias (Εuχαριστία, eucharistia, "acción de gracias") por el Don de su Perdón, y por el Don de su Presencia.

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