Esta mañana se ha presentado en la Oficina de Prensa del Vaticano el Documento "Orientaciones para la utilización de las competencias psicológicas en la admisión y formación de los candidatos al sacerdocio", que ha publicado la Congregación para la Educación Católica. No lo he podido leer, porque en la Web del Vaticano todavía está sólo en Italiano, y no lo he encontrado en Google. Pero lo que viene a sacar a colación, por lo que he podido leer, es el tema del auténtico y certero discernimiento vocacional de quienes quieren ser sacerdotes. Y doy gracias de que se hayan decidido a publicarlo, porque considero, particularmente, que es necesario, no sólo para el ámbito clerical, sino también para la Vida Consagrada en general.
Los sacerdotes son hombres que entregan su vida al servicio ministerial, y tanto el ejercicio de dicho ministerio como la administración de los Sacramentos y el servicio a los demás que ello conlleva, requieren que la persona sea humanamente madura y equilibrada. Hasta aquí bien, es normal, pensaremos todos. Pero ¿qué pasa cuando el candidato declara ser homosexual? Pues bien, lo mismo que si fuera heterosexual. Es decir, aparte de las eventuales dificultades o pruebas derivadas de la convivencia en el seminario, al candidato homosexual se le debe exigir, a mi juicio, lo mismo que al resto: madurez y equilibrio psicológico, humano, sexual, afectivo. El problema no es la tendencia (hetero- u homo-) sino la capacidad de conducir la propia afectividad a Dios y no a las criaturas. El celibato implica soltería, castidad. Y eso por igual a ambas tendencias. No por ser heterosexual corres menos riesgo de ser pederasta, pensarlo es una barbaridad. Todo radica en cuán integrado estás, y en cuán equilibrado eres. A partir de aquí, lo demás es más fácil y se ve más claro, por pegas y dificultades que haya. Y esto, para el sacerdocio y para la Vida Consagrada, repito.