BUSCADOR CATÓLICO

miércoles, 24 de diciembre de 2008

El Niño, el Niño, el Niño



La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa.
Digno de recuerdo y de celebrarlo con piadosa memoria es lo que hizo tres años antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca un hombre, de nombre Juan, de buena fama y de mejor tenor de vida, a quien el bienaventurado Francisco amaba con amor singular, pues, siendo de noble familia y muy honorable, despreciaba la nobleza de la sangre y aspiraba a la nobleza del espíritu. Unos quince días antes de la navidad del Señor, el bienaventurado Francisco le llamó, como solía hacerlo con frecuencia, y le dijo: «Si quieres que celebremos en Greccio esta fiesta del Señor, date prisa en ir allá y prepara prontamente lo que te voy a indicar. Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos (28) lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno». En oyendo esto el hombre bueno y fiel, corrió presto y preparó en el lugar señalado cuanto el Santo le había indicado.
Llegó el día, día de alegría, de exultación. Se citó a hermanos de muchos lugares; hombres y mujeres de la comarca, rebosando de gozo, prepararon, según sus posibilidades, cirios y teas para iluminar aquella noche que, con su estrella centelleante, iluminó todos los días y años. Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día, noche placentera para los hombres y para los animales. Llega la gente, y, ante el nuevo misterio, saborean nuevos gozos. La selva resuena de voces y las rocas responden a los himnos de júbilo. Cantan los hermanos las alabanzas del Señor y toda la noche transcurre entre cantos de alegría. El santo de Dios está de pie ante el pesebre, desbordándose en suspiros, traspasado de piedad, derretido en inefable gozo. Se celebra el rito solemne de la misa sobre el pesebre y el sacerdote goza de singular consolación.
El santo de Dios viste los ornamentos de diácono, pues lo era, y con voz sonora canta el santo evangelio. Su voz potente y dulce, su voz clara y bien timbrada, invita a todos a los premios supremos. Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel. Muchas veces, al querer mencionar a Cristo Jesús, encendido en amor, le dice «el Niño de Bethleem», y, pronunciando «Bethleem» como oveja que bala, su boca se llena de voz; más aún, de tierna afección. Cuando le llamaba «niño de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la lengua por los labios como si gustara y saboreara en su paladar la dulzura de estas palabras.
Se multiplicaban allí los dones del Omnipotente; un varón virtuoso tiene una admirable visión. Había un niño que, exánime, estaba recostado en el pesebre; se acerca el santo de Dios y lo despierta como de un sopor de sueño. No carece esta visión de sentido, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados. Terminada la solemne vigilia, todos retornaron a su casa colmados de alegría.
Se conserva el heno colocado sobre el pesebre, para que, como el Señor multiplicó su santa misericordia, por su medio se curen jumentos y otros animales. Y así sucedió en efecto: muchos animales de la región circunvecina que sufrían diversas enfermedades, comiendo de este heno, curaron de sus dolencias. Más aún, mujeres con partos largos y dolorosos, colocando encima de ellas un poco de heno, dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece con personas de ambos sexos: con tal medio obtienen la curación de diversos males.
El lugar del pesebre fue luego consagrado en templo del Señor: en honor del beatísimo padre Francisco se construyó sobre el pesebre un altar y se dedicó una iglesia, para que, donde en otro tiempo los animales pacieron el pienso de paja, allí coman los hombres de continuo, para salud de su alma y de su cuerpo, la carne del Cordero inmaculado e incontaminado, Jesucristo, Señor nuestro, quien se nos dio a sí mismo con sumo e inefable amor y que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. Aleluya. Aleluya.
(1 Cel 84-87).


Preciosa cita de Celano en la que se rememora el primer Belén de la Historia (como se puede ver, y en contra de lo que se cree, no porque Francisco fuera el primero en poner figuritas sino porque escenificó con paja, heno, el buey y el asno la Noche de Belén, además de gozar de la compañía de Jesús).


Pero volviendo a lo esencial y verdaderamente importante, creo que Francisco nos deja un claro mensaje para esta Nochebuena: lo importante es el Niño, es Jesús. Todo lo demás: compras, cenas, villancicos, felicitaciones... está muy bien y hay que vivirlo, pero esta vestimenta cobra sólo su real y pleno significado cuando es Jesús quien lo ilumina. Es decir, sólo cuando hemos rezado, nos hemos acercado con el corazón y el alma a Jesús, y hemos admirado, contemplado y agradecido su Misterio de Encarnación.


Lo importante, lo esencial, es que hoy podamos revivir lo que significó aquella Noche Santa. Que estemos centrados, en lo íntimo de nosotros mismos, en la Cueva, en el Pesebre. Todo es Don en la Vida de la Gracia - de eso se trata - y a cada cual Dios se le da de manera distinta, pero la intención y las ganas tenemos que ponerlas nosotros. Meditar y saborear el Amor de Belén, como hizo Francisco, nos llevará al Recién Nacido, a María, a José. Y, en definitiva, a la Navidad.
Lecturas, rezos, la Misa del Gallo... todo esto nos puede ayudar, y como mínimo seguro nos mantendrá "en la onda". Que el verdaderamente importante esta noche sea Él. Que sepampos guardarle un corazón puro, inocente, acogedor. Se trata de querer, de preferirle a Él, y no de mera sensiblería. Francisco así lo quiso, y obtuvo, como Premio, al Niño, al que pudo coger en brazos. Quizá es un Don muy grande para lo que yo merezca, pero sí pido que, al menos, me deje llevar por la misma alegría y gozo espiritual con que bendijo a sus Padres, a los pastores y a todas aquellas personas de Buena Voluntad y Sencillo Corazón que "velaban al raso". Velar, he aquí la clave para que nos halle despiertos y veamos su Luz.


Os deseo de corazón a Todos Muy Feliz Navidad, que la podáis pasar rodeados de los vuestros, y que la disfrutéis. Yo ya me dispongo a ayudar a preparar la Cena, que a las 23 tenemos la Misa del Gallo. Que el Señor os Bendiga.


Pace Bene.

No hay comentarios: