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miércoles, 10 de diciembre de 2008

La Escatología en San Francisco (I)

En la Teología actual, al hablar del éschaton, se privilegia su aspecto profético de cumplimiento del Proyecto de Dios; se subraya la relación entre el Futuro Absoluto y el futuro histórico; se integran las dimensiones individual, social y cósmica de ese cumplimiento; se considera a las realidades últimas como situaciones existenciales. Esta es la base sobre la que debemos empezar a pensar cómo Francisco testimonió con su vida (palabras y actos) la Escatología, la Esperanza en las realidades últimas, más allá de la Muerte Corporal.
Y es que Francisco, desde la noche de Espoleto, fue un hombre que vivió la tensión entre el "ya" y el "todavía no" - tensión existente en todo hijo de Dios -, bajo la Relación tan especial que estableció con Dios. Una relación íntima, de Tú a Tú, experimentando a Dios como una realidad consistente, personal, absoluta, viva, trascendente e inmanente a la vez. Desde luego que no fue siempre así, porque Francisco tuvo que dar una serie de pasos antes de llegar a esta vida hecha oración que solemos contemplar en las biografías.
Además, en segunda instancia, esta íntima relación Francisco-Dios (en concreto, desde la escena de San Damián, Francisco-Cristo Crucificado), la traducía el Poverello en los Signos, y la prolongaba en los Sacramentos. El Pobre de Asís instauraba signos en su vida y en la de los demás: mandó a Fray Rufino a predicar desnudo; hizo a un hermano depositar una moneda sobre estiércol con la boca; cuando era invitado a comer, antes iba a pedir limosna, y la depositaba sobre la mesa y la repartía a los comensales... y tantos otros. Y hacía extensiva su relación con Cristo a la Eucaristía, en la que el Crucificado-Resucitado se le hacía verdaderamente presente; en aquellos a los que les había sido conferido el Orden Sacerdotal, también veía a Cristo y la realidad de su Reino; contemplaba también el Reino en la Creación, en los hermanos, en la Caridad...
Francisco vivía, pues, la realidad del "ya" del Reino por la presencia real y activa de Cristo, y por otro lado, esperaba en Dios la plenitud del Reino en la otra vida, después de la muerte corporal. Fue madurando en él una identificación con Jesús-Cristo por las obras y, sobre todo, el carácter oblativo que imprimió a toda su existencia. Todo iba orientado a la Mayor Gloria de Dios. Por tanto, quería que en todo momento la Voluntad del Creador se realizara en su vida, y en la vida de la Orden, de manera que gozaba del Reino en ciernes.

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