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miércoles, 7 de enero de 2009

La Vida de los Hermanos Menores (I)

"La regla y vida de estos hermanos menores es ésta, a saber, vivir en obediencia, en castidad y sin nada propio". (1 R, 1).

He aquí la expresión concreta de lo que el corazón de Francisco sentía y sabía sobre la Vida Consagrada en general, y sobre el Carisma de su Orden en particular. El Poverello sabía muy bien qué era lo que el Señor le había pedido, y ante lo que había exclamado: "Esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas". (TC 25). En efecto, el Señor, a través del Evangelio (que luego sería la columna vertebral de su espiritualidad y Forma de Vida), le había pedido que no lleven para el camino ni oro ni plata, ni alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y que no usen calzado ni dos túnicas (TC 25). En ese momento, Francisco comprendió, de verdad, lo que el Señor quería de él, Francisco, en concreto. Desde entonces cambió el porte interior y exterior:
Y, grabadas en la memoria cuantas cosas había escuchado, se esforzó en cumplirlas con alegría: se despojó al momento de los objetos duplicados y no usó en adelante de bastón, calzado, zurrón o alforja; y, haciéndose él una túnica muy basta y rústica, abandonó la correa y se ciñó con una cuerda. Adhiriéndose de todo corazón a las palabras de nueva gracia y pensando en cómo llevarlas a la practica, empezó, por impulso divino, a anunciar la perfección del Evangelio y a predicar en público con sencillez la penitencia. Sus palabras no eran vanas ni de risa, sino llenas de la virtud del Espíritu Santo, que penetraban hasta lo más hondo del corazón y con vehemencia sumían a los oyentes en estupor. (TC 25).


Como queda dicho, es un primer paso: Francisco sabe cómo debe vivir en adelante, pero siempre en una dimensión individual. Un paso ulterior y más profundo se da cuando Bernardo y Pedro le piden seguir su ejemplo y forma de vida. Nos dice la Leyenda de los Tres Compañeros 28: Se levantaron, pues, muy de mañana y con otro señor llamado Pedro, que también quería hacerse hermano, fueron a la iglesia de San Nicolás, junto a la plaza de la ciudad de Asís. Entraron en ella para hacer oración; y como eran simples y no sabían encontrar el lugar donde habla el Evangelio de la renuncia del siglo, suplicaron al Señor devotamente que, a la primera vez que abrieran el libro, se dignara manifestarles su voluntad. No se trata, pues, de buscar un pasaje para meditar así una forma de vida supuestamente concebida, puesto que hasta ahora sabía Francisco que era para él, no para los demás. Se trata, por el contrario, de saber qué quería el Señor para Pedro y Bernardo, que quieren seguirle.

Y Cristo les manifiesta su Voluntad al abrir el Evangelio tres veces: Terminada la oración, el bienaventurado Francisco tomó el libro cerrado y, puesto de rodillas delante del altar, lo abrió, y a la primera vez le salió este consejo del Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21).Descubierto esto, el bienaventurado Francisco se alegró íntimamente y dio gracias a Dios. Pero, como era muy devoto de la Santísima Trinidad, se quiso confirmar con un triple testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez. La segunda vez le salió esto: Nada llevéis en el camino, etc. (Lc 9,3). Y en la tercera: Aquel que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc. (Lc 9,23).

Por tanto, el Señor ha hablado, inequívocamente, para ellos igual que para Francisco: seguir la forma de vida que Cristo siguió, y encarnar en su vida la literalidad del Evangelio. Irán descubriendo paulatinamente la profundidad de tal llamada, pero una cosa queda clara: Jesús los quiere separados del mundo, buscando el Reino por medio de la entrega de su cuerpo y su alma.

Dicha entrega se configura por los tres votos o consejos evangélicos. Éstos son, a su vez, expresión de la entrega de las tres libertades o potencias principales del hombre: la voluntad (obediencia), para que se identifique con la Voluntad de Dios, para dejarse llevar por Él, para ser libre y dejar que Él guíe el camino del hermano (Así, pues, dijo al hermano Pedro Cattani, a quien tiempo atrás había prometido obediencia: Te ruego por Dios que confíes tus veces para conmigo a uno de mis compañeros, a quien pueda obedecer con la misma entrega que a ti. Sé, añadió, el fruto de la obediencia y que para quien doblega el cuello al yugo de otro no pasa un instante sin ganancia); la sexualidad y la afectividad (castidad), de forma que por Amor a Dios el hermano lo constituye como su único Amante, su Esposo, único ser amado al que le otorga todo su tiempo y anhelos más profundos, y del que no se quiere desprender jamás, porque justamente está enamorado de Él; los bienes, materiales y/o espirituales (pobreza), porque todo se lo da, y de nada quiere disponer por si mismo, sino siempre dejarse sostener por la Providencia del Padre, que cuida de los suyos, los alimenta y sostiene.

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