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martes, 25 de diciembre de 2007

Los cielos, con todas las otras cosas creadas, no pueden contener a su Creador


¡¡¡"Los cielos, con todas las otras cosas creadas, no pueden contener a su Creador"!!! (Carta tercera de Santa Clara a Inés de Praga, 22). Es la Noticia con la que hoy nos despertamos, y que nos llena de Gozo en este día tan especial. Y yo me pregunto: ¿cómo pudo el Amor de Dios derramarse e incendiar de forma tan especial a una criatura? Es digno de ser meditado, profundizado, contemplado, gozado, y, sobre todo, vivido. Sí, porque de la misma manera que se derramó en María (ya lo vimos) se derrama en la Eucaristía. Así lo veía San Francisco. Y hoy, podemos contemplar, como depositarios de la mayor fortuna espiritual, a un Niño que duerme en un Pesebre, con unos padres irrepetibles: José y María, cada cual contemplando el Misterio a su manera. José, habiendo superado dudas, miedos, frustraciones... se dió, se entregó y confió en lo que le dijo el Ángel. María, tras la sorpresa inicial del encuentro con el Ángel, y su encuentro de Intimidad con Dios, encuentro fecundo como ninguno, que la introdujo en las entrañas mismas de la Trinidad, observaba y meditaba, como observa Lucas en su Evangelio. Gocemos, pues, contemplemos, saltemos de gozo, pues una Criatura Nueva ha venido al mundo, y es Dios mismo, hecho Niño. Cuánta dulzura, qué ternura, qué paz da el solo mirarle, contemplarle, pues es la Ternura de Dios encarnada. ¿Cómo no pararse y preguntarse si soy merecedor de tanta merced? No lo soy, pero esa es la Grandeza de Dios, que me ama tanto, que ha desgarrado los cielos y habita entre nosotros.

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