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domingo, 27 de enero de 2008

FRANCESCO, FRANCESCO


Es digna de ser contemplada y meditada la conversión de Francisco. El otro día me preguntaron: "Francisco tuvo una conversión rápida, ¿no?" Contesté que no, que basta con mirar en sus Biografías y ves enseguida que lo suyo fue difícil, costoso y radical, aunque en este proceso Francisco se entregó al cien por cien, con gozo y total disponibilidad. Es verdad que Dios entró en su vida de una forma "espectacular", llamativa, sorprendente, irrumpiendo en sus planes. Francisco respondió que sí. Y a partir de ahí, su escala de valores, su jerarquía de preferencias, sus criterios, diversiones... se invirtieron. Cristo pasó al primer lugar, y todo lo demás pasó a ser relativizado por Él. Es como cuando te enamoras y empiezas a salir con una chica: salir con tus amigos ya no te apetece, o no te apetece tanto, porque la echas a ella de menos y deseas pasar el máximo tiempo posible en su compañía, aun cuando no dejas de apreciarlos a ellos y su amistad. Eso pasó a Francisco y a cuantos se han encontrado con Jesús, como dice el Salmo:




"Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor.
Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real.
«A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra».
Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos".

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