BUSCADOR CATÓLICO

viernes, 21 de noviembre de 2008

La Pureza, Virtud Paradisíaca


Y, más que virtud, estado de vida. Sí, entendida como estado de permanente contemplación de Dios y de comunión con Él, olvidado de uno mismo y con el corazón invadido por su Amor y su Espíritu.


Hoy celebramos la Presentación de Nuestra Señora en el Templo. María es ejemplo y forma de este estado paradisíaco. Insisto en estos términos porque si alguien permanecía en presencia de Dios, eran Adán y Eva, personajes centrales del Relato de la Creación (Género Mito), y figura de todo hombre o mujer que, unido a Dios en cuerpo y alma, no considera que valga la pena nada más, de forma que todo lo relativiza en orden al Creador.


María fue la mujer ideal, la mujer que, nacida Inmaculada, gozó del singular don de nacer y vivir como Adán y Eva, es decir, con su naturaleza no lastrada por el pecado. La presentación en el Templo no era sino por motivos cultuales, es cierto, pero en María simboliza algo más: la singular unión con Dios de la que Ella gozaba. Criatura, sí, pero agraciada como ninguna. Más tarde, Madre de Dios. Y así lo señala Francisco en el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, cuando la llama "vestidura", "casa", "tabernáculo". El Poverello no hace sino contemplar la Pureza de María, la única que podía acoger en su seno a alguien tan puro y sagrado como el Hijo de Dios.

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