BUSCADOR CATÓLICO

lunes, 7 de julio de 2008

MARÍA, MADRE DE DIOS


Esta mañana, alguien me comentaba que no entendía por qué en la literatura Neotestamentaria no se habla más de María. Me decía: "me falta algo". Y es normal. María es la Madre de Dios, y debe tener y tiene, gracias a Dios, la devoción y el Amor del pueblo cristiano que se merece. Sin embargo, María tiene su papel en la Historia de la Salvación. Ni tiene más ni tiene menos. Ella fue escogida entre todas las mujeres para traer al mundo a Cristo. Fue ella la que, junto a José, lo crió, lo cuidó, lo educó. Lo alimentó, le vió crecer, progresar, hacerse mayor. Y tuvo que afrontar su partida. ¡Dignísimo papel el suyo! No es de extrañar, pues, el Amor que le profesamos. Además, en sí misma, es Ella objeto de meditación y comprensión espiritual y teológica. Pero, lo que decía. Su papel es el que es, y no debemos darle más, ni quitarle tampoco. Es cierto que los Apóstoles sentirían por ella una admiración y un afecto particular y especial. Es cierto que estaba con ellos, como atestiguan, por ejemplo, los Hechos de los Apóstoles. Pero en los momentos posteriores a la Resurrección, lo "rompedor", lo novedoso, lo que había llevado a Israel a un cambio irreversible de rumbo era justamente Cristo y su Resurrección. Lo demás pasaba a un segundo plano. Sin embargo, esto no quita que en la conciencia de la Iglesia quedara María como la Madre del Señor, mujer única y Santa entre las mujeres. Pero no es hasta el siglo IV en Éfeso cuando se define doctrinalmente esta conciencia común del pueblo, como reacción también a los que pretendían negar la Sagrada Naturaleza y Condición de Theotokos.

Pero, repito, a las primeras comunidades las invadía el deseo y la necesidad del seguimiento de Cristo, cuando todavía la Claridad de la Resurrección alumbraba sus vidas, llevándoles progresivamente a una ruptura con la Tradición Judaica. Así pues, los Misterios de la Vida de Jesús, empezando por su Concepción Virginal, se releyeron de viva voz y por escrito (Evangelios y demás escritos del NT). Y María tuvo entonces un sitio relevante, básico, sin el cual la Encarnación no sería posible. Pero también es justo que después de la Muerte y Resurrección del Señor la Iglesia diera cuenta de la Buena Noticia de Jesús. Y con el tiempo, gracias a Dios, la Iglesia fue tomando conciencia de quién es María, y de ahí que hoy día la veneremos tal y como la veneramos (aunque de esta evolución se debe hacer un capítulo aparte).

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